Maestro, te pregunto, pero no merespondes. No me dás respuesta al misterio de la vida, ni del ser o el no-ser, ni de la muerte, ni del sufrimiento. No logro entender tu negativa a no darme respuestas a tus preguntas.
El maestro guardó silencio. Todos los asistentes entraron en el ánimo apacible y contagioso del maestro y dejaron su mente absorta en lo inefable. Al finalizar la reunión espiritual, el maestro le pidió al joven intelectual que se quedara. Le entregó una aguja y le dijo:
Quiero que coloques una gota de agua en la punta de esta aguja.
¡Imposible!, exclamó sorprendido el discípulo.
Más imposible es es querer responder con el pensamiento a lo que siempre ha estado más allá del pensamiento. Cuélgate la aguja al cuello y, cuando te enredes en pensamientos metafísicos, recuerda: "Más difícil que colocar una gota de agua en la punta de una aguja es encontrar respuestas sólo a través del intelecto".
El discípulo se sintió avergonzado y se ruborizó. Pero el maestro lo tranquilizó:
No te sientas ridículo. Mi maestro me dió a mí esa aguja y yo la he llevado muchos años colgada en el pecho. Ahora es tuya.
El maestro dice: El pensamiento correcto te puede llevar hasta un límite, pero más allá debes desarrollar otro tipo de mente y otra forma de percepción.