Ayer me fui con Patty a una súper librería en el downtown de Miami a la que siempre aterrizamos un grupo de tripulentas lectoras y encontré libros maravillosos; uno de ellos es este libro, una recopilación de cuentos de la India y el Tíbet, traducida y compilada por Ramiro Calle, orientalista español, de quien he leído tantos libros.
Muchos de estos relatos, de estas narraciones, transcritos en esta pequeña obra se han transmitido oralmente durante milenios. Son relatos sencillos, breves pero con un mensaje muy profundo cada uno.
El relato a continuación me gustó mucho; nos enseña a ir más allá del intelecto, más allá de la razón y nos acerca más al corazón, al alma.La insuficiencia del pensamiento
Se trataba de un maestro que hablaba sólo en contadas ocasiones. A veces daba alguna explicación sucinta e impartía alguna enseñanza, pero a menudo guardaba silencio. Era conocido como el maestro del silencio; otros lo llamaban "el yogi que apenas mueve la lengua". Hablaba en silencio, de corazón a corazón. Pero había un discípulo que sobrevaloraba las funciones del pensamiento y siempre estaba tratando de inmiscuir en conversaciones espirituales al yogi del silencio. Era un joven que necesitaba elaborarlo todo a través del pensamiento. Confiaba plenamente en la mera comprensión intelectual. Se hacía muchas preguntas metafísicas. Quería entenderlo todo a través de la lógica. Un día con cierto descaro dijo:
Maestro, te pregunto, pero no merespondes. No me dás respuesta al misterio de la vida, ni del ser o el no-ser, ni de la muerte, ni del sufrimiento. No logro entender tu negativa a no darme respuestas a tus preguntas.
El maestro guardó silencio. Todos los asistentes entraron en el ánimo apacible y contagioso del maestro y dejaron su mente absorta en lo inefable. Al finalizar la reunión espiritual, el maestro le pidió al joven intelectual que se quedara. Le entregó una aguja y le dijo:
Quiero que coloques una gota de agua en la punta de esta aguja.
¡Imposible!, exclamó sorprendido el discípulo.
Más imposible es es querer responder con el pensamiento a lo que siempre ha estado más allá del pensamiento. Cuélgate la aguja al cuello y, cuando te enredes en pensamientos metafísicos, recuerda: "Más difícil que colocar una gota de agua en la punta de una aguja es encontrar respuestas sólo a través del intelecto".
El discípulo se sintió avergonzado y se ruborizó. Pero el maestro lo tranquilizó:
No te sientas ridículo. Mi maestro me dió a mí esa aguja y yo la he llevado muchos años colgada en el pecho. Ahora es tuya.
El maestro dice: El pensamiento correcto te puede llevar hasta un límite, pero más allá debes desarrollar otro tipo de mente y otra forma de percepción.
Maestro, te pregunto, pero no merespondes. No me dás respuesta al misterio de la vida, ni del ser o el no-ser, ni de la muerte, ni del sufrimiento. No logro entender tu negativa a no darme respuestas a tus preguntas.
El maestro guardó silencio. Todos los asistentes entraron en el ánimo apacible y contagioso del maestro y dejaron su mente absorta en lo inefable. Al finalizar la reunión espiritual, el maestro le pidió al joven intelectual que se quedara. Le entregó una aguja y le dijo:
Quiero que coloques una gota de agua en la punta de esta aguja.
¡Imposible!, exclamó sorprendido el discípulo.
Más imposible es es querer responder con el pensamiento a lo que siempre ha estado más allá del pensamiento. Cuélgate la aguja al cuello y, cuando te enredes en pensamientos metafísicos, recuerda: "Más difícil que colocar una gota de agua en la punta de una aguja es encontrar respuestas sólo a través del intelecto".
El discípulo se sintió avergonzado y se ruborizó. Pero el maestro lo tranquilizó:
No te sientas ridículo. Mi maestro me dió a mí esa aguja y yo la he llevado muchos años colgada en el pecho. Ahora es tuya.
El maestro dice: El pensamiento correcto te puede llevar hasta un límite, pero más allá debes desarrollar otro tipo de mente y otra forma de percepción.